viernes, 29 de octubre de 2021

CRelato, 16 Aladino. IVMiras

Como todos los domingos, Lucía paseaba junto a su mono Lolo por las grandes dunas que había en la playa donde vivía. Con el abrasador sol sobre sus cabezas, el aire cálido y la arena ardiente, casi parecía que estaba en un desierto de Oriente. Las canciones de Aitana Ocaña siempre acompañaban los ánimos de los dos amigos, pero ese domingo era diferente. Lucía se veía apagada y desconectada del momento y del lugar, cosa que a Lolo le parecía poco habitual. Ni siquiera ver a Lolo saltar entre las dunas hacía que a Lucía le brillaran los ojos. 


Los paseos se dejaron a un lado por un tiempo por el estado en el que se encontraba Lucía. Lolo no entendía mucho lo que pasaba ni qué solución podía haber, así que también estaba triste y confundido. Parecía que ya nada era lo mismo. No había bromas, ni juegos, ni paseos. Todo cambió de la noche a la mañana y Lolo no sabía cómo ayudar a Lucía.  


Lolo removió cielo y tierra para encontrar una solución. Para empezar, consiguió convencer a Lucía para ir al médico mientras él avanzaba en su búsqueda. Durante dos semanas estuvo leyendo e investigando sobre la existencia de unas velas mágicas escondidas en algún lugar recóndito de las famosas dunas; se trataba de una leyenda antigua del lugar, pero de la que nadie sabía nada. 


Lolo decidió ir a investigar a las dunas mientras Lucía se recuperaba y encontraba su camino de vuelta a ser ella misma en el psicólogo. Era la esperanza lo que le movía y lo que le llevó a buscar aquellas velas mágicas. Así que, preparado para la aventura, caminó hasta encontrar un pequeño hueco de piedra que parecía que tenía algo especial. Efectivamente, tan mágico era que, al girarse, no sabía si era una ilusión óptica o realidad, pero se le apareció una pequeña caja preciosa envuelta de una manta aún más asombrosa. 


Una experiencia como esa puede dejar pasmado a cualquiera. Sin embargo, Lolo se fue a casa desesperanzado porque le hacía falta la pieza que abriera la caja. Mientras, Lolo intentaba animar en todo momento a Lucía, pero era imposible, no dejaba de llorar y nunca salía de su cuarto. En ocasiones, Lolo escuchaba en casa la palabra depresión, concepto que desconocía pero que relacionaba con la tristeza.  


En uno de los paseos sin Lucía, Lolo se lleva consigo la caja envuelta con la manta. Inesperadamente, la manta sale de la mochila y, levitando, le conduce hasta una joven huérfana que poseía un anillo con el diamante que abría la caja. La joven aseguraba que el diamante era un regalo antiguo y especial de su familia, y Lolo lo sentía mucho, pero tenía que robarlo para poder ayudar a Lucía. Y así, salió corriendo con el diamante en la mano sin darle ninguna oportunidad a la joven de recuperarlo en el acto. Una vez en casa, Lolo introdujo el diamante en un pequeño espacio hecho para él, consiguiendo así acceder al interior de la caja y dejando ver las tres velas. Cada una de ellas se consumía en tres días, y eso era lo que duraban los deseos que pedía Lolo, que simplemente pedía ver a Lucía feliz. 


Las visitas de Lucía al psicólogo eran de gran ayuda, y gracias a los deseos concedidos de las velas, podía estar feliz por un tiempo. Sin embargo, pronto llegó a ser evidente que esa solución no iba a ser permanente. Por eso, Lolo le contó toda la verdad a Lucía y ella, conmovida por el esfuerzo y el cariño de Lolo, decidió buscar la manera de estar bien por ella misma, y por quienes le querían. Todos pensaban que Lucía se estaba curando por hacer terapia con el doctor, pero ellos dos sabían que había algo más mágico detrás. 


 https://www.youtube.com/watch?v=6GI04iM0D7U


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